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Lengua muerta

Los monjes terminaron su misa de la mañana. Luego de que las paredes de la abadía albergaran sus cuidadas voces en un perfecto canto gregoriano, cada uno de ellos se retiró a sus habitaciones a seguir con sus oraciones del día. La abadía se encontraba enclavada a la mitad de un monte medianamente alto, por lo cual tenía el aislamiento suficiente y necesario como para que nadie se distrajera ni tampoco les fuera exageradamente complicada la vida. El monje más joven de la abadía lleva menos de un año en el lugar. Cuando niño y adolescente participaba activamente en el coro de la iglesia, por tanto el lugar donde estaba lo llenaba plenamente. Esperaba la llegada de cada mañana para sacar a relucir su único orgullo: la voz… pero luego un sentimiento de culpa lo invadía por pecar de orgulloso, lo cual lo dejaba el resto del día a merced del sufrimiento. Pese a que el abad le repetía una y otra vez que su voz era un don del Padre y que sólo la usaba para dedicar cantos a El, su alma lo torturaba. Así, un día optó por no cantar, lo cual fue inmediatamente corregido por su abad.

¿Qué hacer? Le encantaba cantar, cada vez que lo escuchaban lo bendecían, y al escucharlos, y escucharse, nuevamente el orgullo llenaba su corazón y el dolor lo embargaba. Llegó un instante en que, no hallando salida, decidió flagelarse cada vez que un dejo de orgullo lo asaltara. Durante dos semanas, luego de terminar de cantar en la misa, se encerraba en su cuarto y se golpeaba con furia, hasta que el pecado desaparecía de sí. Al empezar la tercera semana, en plena misa se desmayó. Con horror el abad recibió el diagnóstico del médico: anemia… fue tanta la sangre perdida por las heridas de su espalda, que necesitaría nutrición especial.

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Invitación

Algo raro se notaba en el ambiente. Un aire tenso circundaba a todos, como si todos supieran que algo iba a pasar pero nadie fuera capaz de definir qué. El entorno era extraño: una sala de reuniones llena de desconocidos que habían llegado al lugar con una tarjeta de invitación sin remitente. No había nada en común entre ellos, era el grupo más heterogéneo posible de formar: hombres y mujeres de todas las edades y condiciones socioeconómicas. Lo único que los unía era una tarjeta blanca con sus nombres, la dirección del lugar, la fecha, la hora y el número 100.000 bajo éste.

Cien mil… ¿qué? Si alguien se había molestado en enviarles una tarjeta personalizada a tantas personas debía ser dinero. ¿Qué más podía ser 100.000? ¿Años, condenas, vidas, demandas, qué? En la medida que iban llegando y entrando a la sala, todos se miraban entre sí tratando de encontrar en los otros algo de sí mismos. Pero no había nada que los hiciera intentar dirigirle la palabra al que estaba al frente o al lado de cada cual. Al parecer el silencio era el segundo factor en común.

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Infierno

Después de un rato logra reaccionar. Sabe que no es normal, el entorno, el aire, los entes que lo rodean. Pero su estrecha y obnubilada mente aún no es capaz de dar una explicación racional: él, que se gana la vida siendo racional, no sabe aplicar la razón a lo que le sucede. De hecho, no es capaz siquiera de definir lo que le sucede…

Luego de pasados unos minutos logra no sentir el corazón en su cuello y lentamente el sentido común empieza a volver a su lugar. Todo lo que sucede es racionalizable, por tanto simplemente hay que juntar las piezas y comparar el resultado con algo conocido. Si estaba con el corazón acelerado debía ser por temor… pero a qué… a lo desconocido claro, es normal. Si sólo lograra tranquilizarse un poco más para observar el entorno y definir lo que pasa…

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Letras Kiosqueras: Pedro Lemebel – Tengo miedo torero (2001)

Pedro Lemebel – Tengo miedo torero (2001)
Por Daniel Arellano

Es uno de los escritores interesantes e importantes de las últimas décadas en Chile, con obras donde la marginalidad y las minorías, incluyendo las sexuales, son los grandes protagonistas.

Sin disimular nunca su condición homosexual, algo bastante complejo en la década de los ’80 con una Dictadura cívico-militar ultraconservadora, Lemebel siempre ha buscado ser un transgresor. No por nada, junto a Francisco Casas, fundó en 1987 el grupo de arte «Yeguas del Apocalipsis», generando un rompimiento con el discurso de la autoridad.

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Letras Kiosqueras: Ernesto Sábato – El Túnel (1948)

Ernesto Sábato – El Túnel (1948)
Por Daniel Arellano

Hace unos días falleció el gran escritor argentino Ernesto Sábato, uno de los más importantes de la literatura latinoamericana. Si bien su fuerte dentro de la obra literaria fueron los ensayos, escribió tres novelas que siguen siendo leidas hasta el día de hoy: Abbadón El Exterminador (1974), Sobre Héroes y Tumbas (1961) y la que les invito a revisar en el día de hoy El Túnel (1948).

Se podría decir que El Túnel es una novela que podría llamarse «psicológica», breve, fácil de leer. Su tema principal es la la transformación del amor en odio y la incomunicación. Si bien tiene un formato que se acerca a la novela policial tiene una diferencia importante: Desde el comienzo del libro sabemos quien cometió el crimen y a quien.

Durante las páginas vamos conociendo a los personajes de Juan Pablo Castel y María Iribarne. En los primeros capítulos Castel se presenta para luego contar la historia de su relación con María Iribarne, intentando buscar que el léctor del libro entienda los motivos que tuvo para matarla.

La relación se inicia cuando Castel conoce a María en una galería de arte donde el exponía sus obras. Le llama la atención que la chica se mantenga mirando con total concentración un detalle que nadie parecía haber visto en uno de sus cuadros, en el cual se veía a una mujer, a través de una ventanita, miraba hacía el mar, como esperando algo, en un estado de soledad total. Es así como el pintor se obsesiona con María y decide buscarla por la ciudad hasta que la encuentra. De esta manera quiere salir de dudas sobre si la chica realmente entendió el mensaje implícito en el.

Desde entonces seremos testigos de una relación tormentosa y obsesiva, llena de celos, desencuentros y discusiones. Estas se ven exacerbadas por la manera de ser de María, la cual nunca se sabe qué siente, qué piensa, por qué vive o como vive, lo cual descoloca a Juan Pablo lo cual comunica con la decisión de asesinarla.

El Túnel es una obra pesimista y amarga, en que el protagonista debe recorrer el oscuro tunel en el cual ha entrado: el de sus miedos, sus debilidades, inseguridades y la soledad, por nombrar algunas. Vale la pena leerlo? Por supuesto que si ya que te enfrentas, como léctor, a un libro que te dejará pensando o reflexionando si alguna vez hemos transitado por nuestro propio túnel.

Letras Kiosqueras: Gonzalo Rojas

Gonzalo Rojas
Por Daniel Arellano

Escribir sobre el gran poeta nacional fallecido este lunes a los 93 años de edad no es fácil cuando tu fuerte no es la poesía ni fuiste un gran lector de Gonzalo Rojas. De hecho no recuerdo tener ninguno de sus libros en mi biblioteca, pero su deceso amerita preguntarse porqué fue tan importante en la literatura chilena. Trataré de dar una respuesta.

Quizás el solo decir que fue Premio Nacional de Literatura además de ser galardonado con el Premio Miguel de Cervantes, el más importante de la literatura hispana, permita darnos una dimensión de lo que fue el escritor. Aclamado más en el extranjero que en Chile (cosa algo normal con nuestros escritores), su obra fue traducida a idiomas tan diversos como inglés, alemán, francés, portugués, ruso, italiano, rumano, sueco, chino, turco y griego.

Encubrado a la misma altura de ese otro gran poeta de esta tierra, Nicanor Parra, Rojas logró cautivar a sus lectores a través de una obra por la sensibilidad del lenguaje y su acercamiento al amor con toques eróticos. No dejó de lado, como hombre de izquierda y crítico, la sensibilidad social. Incluso participó en el gobierno de la UP como embajador, encontrándolo el Golpe de Estado de 1973, mientras ejercía como representante chileno en Cuba, viviendo en el exilio hasta 1979. Pero esa no fue la única faceta ya que la docencia universitaria también estuvo muy presente en su vida. Un hombre multifacético y curioso, como vemos.

Si bien no fue un autor tan prolífico, sus textos permanecen vivos y muy saludables a estas alturas del siglo XXI. Atrás quedan las críticas no muy positivas de su primer libro La Miseria del Hombre (1948), aunque los poetas adoraron esta publicación.

Creo que para una buena parte del público, incluyéndome, será una buena oportunidad de acercarnos más a la obra de Gonzalo Rojas. Un grande que puede ser desconocido para muchos pero que está encubrado con los más grandes de la literatura latinoamericana y de la poesía chilena. Somos nosotros, los lectores, quienes estamos llamados a que su obra siga viva por la eternidad.

¿Qué se ama cuando se ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios:
La luz terrible de la vida o la luz de la muerte?
¿Qué se busca, qué se halla, qué es eso?
¿Amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
O este sol colorado que es mi sangre furiosa
Cuando entro en ella hasta las últimas raíces?

¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
Ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
Repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
De eternidad visible?

Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
De ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
Trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
A esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.